Para las nueve y media ya estaba todo listo. La compra colocada en los armarios, la ropa planchada, los niños cenados y bañados, la cena caliente y la sonrisa dispuesta. Dejó el delantal en el cajón, mandó a los pequeños al salón a ver la tele y subió a su habitación. Se soltó el recogido y trató de dar un poco de volumen a su cansado pelo. Se untó las manos con crema y se cambió las bragas. Respiró hondo y bajó a esperar.
Pasaban las diez menos cuarto cuando sonó el teléfono. Era su marido.
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