Si no hubiera leído la carta tan tarde, seguramente habría ido a buscarle. El conformismo que se solía echar en cara volvía a resurgir para mostrarle algo que tenía enterrado. Algo que no quería ver.
Ahora el papel -parcialmente húmedo- se retorcía ente los troncos crepitantes, abrazado por lenguas rojizas. Sus ojos resplandecían al compás de las llamas, perdidos en algún lugar pasado o imposible. Por la ventana se veían caer los primeros copos del invierno.
1 comentarios:
Cuántas cartas leídas a destiempo han conducido a sus destinatarios a tomar decisiones para las que ya no hay marcha atrás.
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