Si no hubiera leído la carta tan tarde, seguramente habría ido a buscarle. El conformismo que se solía echar en cara volvía a resurgir para mostrarle algo que tenía enterrado. Algo que no quería ver.

     Ahora el papel -parcialmente húmedo- se retorcía ente los troncos crepitantes, abrazado por lenguas rojizas. Sus ojos resplandecían al compás de las llamas, perdidos en algún lugar pasado o imposible. Por la ventana se veían caer los primeros copos del invierno.

1 comentarios:

moonriver | 30 de diciembre de 2011, 0:51

Cuántas cartas leídas a destiempo han conducido a sus destinatarios a tomar decisiones para las que ya no hay marcha atrás.

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