La noche tiraba a degüello con su luna negra como testigo silencioso. Sólo el nervioso martilleo sobre las teclas del viejo IBM mantenía despierto su mundo, pero eso se le antojaba suficiente.

     Dio un último sorbo al té -ya más que frío- y cerró la tapa del ordenador. Le quedaba poco tiempo. Si volvía a amanecer quería ser consciente de ello con el sol lo bastante alto como para no ponerse nostálgico.

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